Por lo general las películas de judíos y nazis narran historias de víctimas y verdugos, perseguidos y perseguidores, de torturados y torturadores, de unos que sufren y mueren y otros que hacen sufrir y matan. En definitiva: buenos y malos. Una dicotomía de la que además pocos personajes se salvan: o están en un polo, o están en otro, aunque pueda darse el caso de que transiten de uno a otro a lo largo de la historia que se narra (por lo general por mala conciencia).
Malditos Bastardos no será quizá la mejor película de Tarantino. Tampoco será una obra maestra del cine. Y, sin duda alguna, no pasará a la historia como la mejor película sobre el Holocausto. Y, sin embargo, mucho deberían envidiarle en originalidad las más oscarizadas y veneradas de este género ya tan, tan explotado.
De entre lo novedoso del planteamiento yo destacaría varias cosas:
- Tomando como punto de partida un género tan “estructurado”, tan explotado comercial y emocionalmente, tan lleno de recursos ya estereotipados (aunque sólo sea por repetición), la película deja de lado esa penosa –y vana, en realidad- tarea que el cine de este género se ha echado sobre el lomo de describir y dar cuenta del acontecimiento histórico, de reflejar una realidad pasada (aunque sean historias ficticias o parcialmente “basadas en historias reales”, no renuncian a esa voluntad de “contar lo que pasó”, "hacer memoria", "evitar el olvido"). Malditos bastardos no busca reconstruir el hecho histórico. Desde el principio muestra claramente su carácter ficticio: el pasado es sólo un juguete para construir una historia exagerada e imposible (pero tremendamente entretenida). No le importa lo más mínimo reflejar hechos históricos o narrar el Holocausto, sino apropiarse sin miramientos de un escenario y unos motivos bien fijados en el imaginario, para montarlos, combinarlos y ordenarlos –mezclándolos con motivos actuales (p.e. la violencia banalizada, o la banda sonora, total e intencionadamente anacrónica: rock de los setenta, la voz grave del Bowie maduro cuando la chica se prepara para poner en marcha su plan vistiéndose de femme fatale, etc.)- en un esquema que rompe con las narraciones habituales del género.
- La ruptura de las dicotomías violencia-sufrimiento, bueno-malo, etc. desde el momento en que los judíos no son representados como seres débiles e indefensos -al fin y al cabo, como el “pueblo hebreo” maltratado y errante de La Biblia-, como las víctimas eternas e inmerecidas de los fríos y crueles “alemanes” (no sé hasta qué punto es (re)productivo mentar a una nación cuando se habla de las prácticas de una parte –metonimia-). Los judíos de la película son violentos, sanguinarios y sin piedad. Nada tienen en esto que envidiar a sus enemigos. Matan, torturan, planean fríamente la muerte como ellos. No están sólo del lado de los que sufren pasiva e injustamente, sino que pasan a estar, junto con sus enemigos, en el polo contrario. A la hora de vengarse son tan malos con sus enemigos como éstos con ellos: no hay más que pensar en cómo disfrutan los hombres de Brad Pitt infundiendo miedo a los soldados alemanes o recolectando sus cabelleras, o, al final de la película, cuando durante largos minutos se dedican a ametrallar a quienes llenan el cine con un ensañamiento sin igual, mientras la imagen de la chica en la pantalla se ríe cruelmente a carcajadas. Sin embargo, sí que es cierto que siguen apareciendo en cierta medida como los “buenos”, aunque hagan lo mismo que los malos (inclusive pensar y tratar a los “nazis” de una forma homogénea y esencialista, como a una raza con una naturaleza perversa y malvada a la que hay que exterminar –no hay más que prestar atención a algunos de los diálogos de los “Bastardos”-). Los judíos que protagonizan la peli, a pesar de todo, nos despiertan más simpatía que los “nazis”, aunque no sean "héroes" moralmente ejemplares. De modo que la ruptura no es total y ello quizá porque, al fin y al cabo, aparecen como respondiendo a un ataque anterior. No son ellos los que inician el conflicto, sólo responden a la ofensiva externa. Aquí entra la cuestión de la venganza, que legitima la violencia contra la violencia.
- La representación de los protagonistas judíos como seres vengativos en Malditos Bastardos no deja de ser ambivalente. Por un lado, se acerca a una representación negativa y estereotipada de los mismos que se encuentra a veces en los argumentos de las posturas anti-sionistas sobre el conflicto palestino-israelí: los judíos tienen un Dios cruel y vengativo (el del Antiguo Testamento), el del “ojo por ojo y diente por diente”, del que habrían aprendido sus actitudes ante cualquier ataque externo. Por otro lado, sin embargo, al no vincularse tanto en la película el elemento religioso con la venganza, esta representación, tan políticamente incorrecta para muchos (aunque uno a veces no sepa qué pensar), queda mitigada o neutralizada, quedando más en primer plano la venganza por la venganza o si acaso la venganza “étnica” antes que una de raíces religiosas (se habla de “violencia judía”, pero no se menta a Dios en ningún momento, por ejemplo). Por eso y por la simpatía que nos despiertan los protagonistas la película no aparece como abiertamente anti-sionista, aunque pueda sugerir algo en esa línea.
En cualquier caso, sólo alguien con una posición como la de Tarantino –director ya consagrado, pese a que genere amor-odio- podía rozar la incorrección tan de cerca sin generar una polémica política internacional o algo semejante (acusaciones de antisemitismo, etc.), algo que, desde luego, no se habría conseguido sin esa brillante habilidad para contar algo así de forma lo suficientemente increíble y entretenida como para bloquear en el espectador cualquier pensamiento sobre una posible tesis política seria detrás de lo que ve.
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