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La “capacidad”, una metáfora que nos piensa


La noción de “capacidad” se ha empleado desde hace siglos para referirse a lo que uno puede o no puede, aquello de lo que uno es “capaz” o “incapaz”.

No deja de ser significativo que el Diccionario de la RAE lo convierta en término prácticamente intercambiable con “aptitud”, “talento” y “cualidad”: encontramos estos tres términos en la definición de “capacidad”, así como ésta última palabra en las definiciones del resto.

Pero más interesante que su ambigüedad es su carácter metafórico, que con frecuencia pasas desapercibido (quizá porque se ha convertido en una metáfora instituida, zombie, que nos piensa; Cf. E. Lizcano). Tanto si hacemos caso de su etimología, como si nos fijamos en el significado que la RAE le atribuye en primera acepción (“Propiedad de una cosa de contener otras dentro de ciertos límites. Capacidad de una vasija, de un local.”), nos daremos cuenta de que el término se basa en la semejanza –arbitraria, socialmente construida- entre dos términos: lo que uno puede/de lo que se es capaz (la potencialidad humana, por ponernos pedantes), y la propiedad física o espacial del recipiente que es capaz de contener un cierto volumen de algo (conocimiento, saber, etc.), siempre dentro de sus límites físicos.

Al articularse así la noción de capacidad con la relación de oposición continente/contenido, se espacializa la capacidad y, por la misma operación, se fija: lo que cabe en el recipiente, el contenido, puede variar; no el continente, que tendría un volumen limitado de serie. Exactamente lo mismo se piensa (y se hace) comúnmente de la inteligencia humana y de tantas otras propiedades. Pero ¿acaso aquello que pensamos como continente no se altera?

El efecto fundamental de esta metáfora es pues el de esencialización-naturalización de la capacidad, en la medida en que se piensa como natural, innata, dada, y con-tenida por unos límites fijos y naturales. ¿Acaso los límites de lo que uno puede no varían en el tiempo? ¿No vemos ampliarse durante nuestra juventud nuestras facultades –el volumen mismo de aquello que podemos entender, conocer, hacer, etc.-? ¿De dónde nos viene esta manía de poner límites a lo posible siempre, en lugar de explorar lo que podemos?

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