Recupero algunas notas que escribí para mi amigo Ignacio González Sánchez:
1. Varios funcionalismos:
Hay que distinguir el funcionalismo como corriente (Parsons padre y cia), del funcionalismo como método de ruptura para aproximarse a un fenómeno (es decir, buscar qué función o funciones cumple en un sistema de relaciones, que puede ser una forma de romper con lo que nos dice de primeras el sentido común) y de la explicación funcionalista (explicar los fenómenos por su función, confundiendo ésta -efecto- con su causa). Sobre el primero no me pronuncio. El segundo es legítimo y de vez en cuando es útil aplicarlo. La tercera suele tener que ver con un error de razonamiento.
2. Funcionalismo y conspiranoia:
Por un lado, explicar un fenómeno por su función no tiene por qué conllevar la conspiranoia, que suele introducir un "ellos" abstracto: hay gente en algún lugar que maneja los hilos a su antojo (es decir, consciente e intencionalmente). Eso es más típico del funcionalismo de la sociología que se dice crítica (porque, a diferencia de la otra, a la que todo le parece bien, ésta busca siempre a los malos). El funcionalismo dice: esto surge/existe porque cumple una función para un sistema. El funcionalismo conspiranóico dice: esto surge/existe porque ellos -los malos- lo quieren (suponiendo además que los malos siempre consiguen lo que quieren).
Una pista más: si el "para" sustituye al "porque", estás haciendo una explicación funcionalista. Introduces una finalidad, pero no explicas las razones de que algo ocurra. Y al introducir la finalidad, te ves casi obligado por nuestro pensamiento occidental-ilustrado-bla-bla-bla a buscar una voluntad que la persigue, ya sea el sistema en abstracto o los malos (también sujetos abstractos).
Todo esto no significa que haya que pasar de buscar a los actores que producen lo que analizamos (y atribuir todo a fuerzas abstractas), o obviar sus intenciones conscientes y sus cálculos, que pueden ser muy elaborados y muy maliciosos. Pero se trata de no hacer atribuciones simples. Hay que distinguir las causas de los fenómenos de sus efectos, las funciones de las intenciones (que no tienen por qué coincidir: una función no tiene por qué ser una utilidad buscada), las intenciones de las consecuencias, las razones conscientes de las inconscientes, etc. Y entender que hay causas en plural, funciones en plural, intenciones en plural, que coexisten en desigualdad.
No obstante, en determinados casos, la causa de algo puede ser la acción de alguien con una intención consciente, que consigue imponer el fin buscado. En ese caso hay que: 1) acceder a materiales que permitan demostrar esa intención consciente (o hacer como hace a veces Bourdieu y decir: inconscientemente, por su posición, les interesa; lo cual en ocasiones puede ser facilón); 2) explicar cómo y por qué consigue hacerse realidad (generalmente, por diferencias de poder entre grupos en un contexto concreto).
3. Explicación funcionalista y consecuencias no queridas:
Por eso mismo, no opondría radicalmente la explicación funcionalista conspiranoica ("ellos lo hacen para fastidiarnos") a la idea de las consecuencias no queridas. No hay que elegir necesariamente entre una u otra: los malos conspirando o la consecuencia imprevista e inconsciente de acciones múltiples, etc. Puede haber combinaciones y cosas intermedias. Una función puede ser una consecuencia querida o no querida. La cuestión es: ¿querida por quién y por qué? Y si se ha realizado, ¿cómo y por qué? Puede haber -los hay muchas veces- malos conspirando para imponer cosas, pero lo que quieren no se realiza en el vacío: se realiza en un contexto, lo realizan agentes concretos más o menos conscientes de lo que hacen, con unas creencias/disposiciones y no otras, y una posición y no otra, y con resistencias (conscientes o no) y consecuencias imprevistas.
En general, cuando expresamos nuestra opinión política o nuestra indignación, tendemos fácilmente a la conspiranoia. Básicamente, porque nos da igual ser o no ser "científicos". Lo que nos interesa es expresar nuestro cabreo y señalar culpables. Los políticos y tecnócratas razonan muchas veces como actores racionales fríos y calculadores. Sociológicamente, habrá que entender por qué, qué interés tienen en ello, qué les empuja a ser como son. El ámbito de la política es siempre muy complicado en este sentido, porque es un campo que favorece esos cálculos, conspiraciones y cinismos continuamente. Ahora, como persona de a pie, me da igual cómo se gestó su habitus, si el caso es que me están pisoteando. Me da igual si buscan o no intencionadamente pisotearme: el caso es que lo hacen.
1. Varios funcionalismos:
Hay que distinguir el funcionalismo como corriente (Parsons padre y cia), del funcionalismo como método de ruptura para aproximarse a un fenómeno (es decir, buscar qué función o funciones cumple en un sistema de relaciones, que puede ser una forma de romper con lo que nos dice de primeras el sentido común) y de la explicación funcionalista (explicar los fenómenos por su función, confundiendo ésta -efecto- con su causa). Sobre el primero no me pronuncio. El segundo es legítimo y de vez en cuando es útil aplicarlo. La tercera suele tener que ver con un error de razonamiento.
2. Funcionalismo y conspiranoia:
Por un lado, explicar un fenómeno por su función no tiene por qué conllevar la conspiranoia, que suele introducir un "ellos" abstracto: hay gente en algún lugar que maneja los hilos a su antojo (es decir, consciente e intencionalmente). Eso es más típico del funcionalismo de la sociología que se dice crítica (porque, a diferencia de la otra, a la que todo le parece bien, ésta busca siempre a los malos). El funcionalismo dice: esto surge/existe porque cumple una función para un sistema. El funcionalismo conspiranóico dice: esto surge/existe porque ellos -los malos- lo quieren (suponiendo además que los malos siempre consiguen lo que quieren).
Una pista más: si el "para" sustituye al "porque", estás haciendo una explicación funcionalista. Introduces una finalidad, pero no explicas las razones de que algo ocurra. Y al introducir la finalidad, te ves casi obligado por nuestro pensamiento occidental-ilustrado-bla-bla-bla a buscar una voluntad que la persigue, ya sea el sistema en abstracto o los malos (también sujetos abstractos).
Todo esto no significa que haya que pasar de buscar a los actores que producen lo que analizamos (y atribuir todo a fuerzas abstractas), o obviar sus intenciones conscientes y sus cálculos, que pueden ser muy elaborados y muy maliciosos. Pero se trata de no hacer atribuciones simples. Hay que distinguir las causas de los fenómenos de sus efectos, las funciones de las intenciones (que no tienen por qué coincidir: una función no tiene por qué ser una utilidad buscada), las intenciones de las consecuencias, las razones conscientes de las inconscientes, etc. Y entender que hay causas en plural, funciones en plural, intenciones en plural, que coexisten en desigualdad.
No obstante, en determinados casos, la causa de algo puede ser la acción de alguien con una intención consciente, que consigue imponer el fin buscado. En ese caso hay que: 1) acceder a materiales que permitan demostrar esa intención consciente (o hacer como hace a veces Bourdieu y decir: inconscientemente, por su posición, les interesa; lo cual en ocasiones puede ser facilón); 2) explicar cómo y por qué consigue hacerse realidad (generalmente, por diferencias de poder entre grupos en un contexto concreto).
3. Explicación funcionalista y consecuencias no queridas:
Por eso mismo, no opondría radicalmente la explicación funcionalista conspiranoica ("ellos lo hacen para fastidiarnos") a la idea de las consecuencias no queridas. No hay que elegir necesariamente entre una u otra: los malos conspirando o la consecuencia imprevista e inconsciente de acciones múltiples, etc. Puede haber combinaciones y cosas intermedias. Una función puede ser una consecuencia querida o no querida. La cuestión es: ¿querida por quién y por qué? Y si se ha realizado, ¿cómo y por qué? Puede haber -los hay muchas veces- malos conspirando para imponer cosas, pero lo que quieren no se realiza en el vacío: se realiza en un contexto, lo realizan agentes concretos más o menos conscientes de lo que hacen, con unas creencias/disposiciones y no otras, y una posición y no otra, y con resistencias (conscientes o no) y consecuencias imprevistas.
En general, cuando expresamos nuestra opinión política o nuestra indignación, tendemos fácilmente a la conspiranoia. Básicamente, porque nos da igual ser o no ser "científicos". Lo que nos interesa es expresar nuestro cabreo y señalar culpables. Los políticos y tecnócratas razonan muchas veces como actores racionales fríos y calculadores. Sociológicamente, habrá que entender por qué, qué interés tienen en ello, qué les empuja a ser como son. El ámbito de la política es siempre muy complicado en este sentido, porque es un campo que favorece esos cálculos, conspiraciones y cinismos continuamente. Ahora, como persona de a pie, me da igual cómo se gestó su habitus, si el caso es que me están pisoteando. Me da igual si buscan o no intencionadamente pisotearme: el caso es que lo hacen.
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